¿Habrá un nuevo espacio para Scioli en la política?
Presentamos el informe de «González y Valladares, Investigación y Marketing Político», sobre la polémica actualidad de quien pudo haber sido presidente electo en 2015.
Por Federico González:
Daniel Scioli: ¿El dramático ocaso de una impostura?
La noticia irrumpió con los ribetes necesarios para la sentencia amarillista: “El escándalo Scioli”. En el marco del análisis político la referencia obligada apunta a determinar si se asistirá o no al fin de la carrera del ex Gobernador.
Relatos trágicos
Como en las tragedias griegas, las pasiones de los hombres y las fuerzas del destino suelen tejer urdimbres que determinan finales dramáticos e inexorables. Entre otras tramas posibles, a veces esos finales advienen con un sabor de paradoja e ironía. Porque —cual efecto boomerang— aquello mismo que condujo a la gloria, de pronto se vuelve en contra y desencadena la desgracia. Así, la mueca final semeja una burla del destino.
Farándula y política
Deportista destacado y conspicuo miembro del jet set esteño, Daniel Scioli irrumpió en la escena política de la mano de su “padrino” Carlos Menem. Pero la historia de aquel joven ya había sido signada por un infortunio que marcaría su destino: en un grave accidente de lancha había perdido su brazo derecho.
Resiliencia y herocidad
La resiliencia es la capacidad de sobreponerse a las adversidades de la vida. Por eso, cualquier historia resiliente se expresa en el molde del relato heroico. El 4 de diciembre de 2016 Daniel Scioli twitteaba: “Hace 27 años cambió mi vida para siempre. Pero aprendí que detrás de toda adversidad hay una oportunidad”
Con fe, con esperanza, con trabajo (y con épica deportiva)
Tal como ocurre en la política de los tiempos líquidos, la ausencia de ideología, proyecto y conceptos no resultaron impedimentos para que Daniel Scioli fuera electo Diputado Nacional, Vicepresidente de la Nación y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Aunque Scioli no era Frondizi, le alcanzaba con recitar su propia fórmula mágica e irresistible: “Con fe, con esperanza, con trabajo”.
No obstante, ese ideario intelectualmente magro, encerraba un importante capital emocional: era enteramente consecuente con la trayectoria épico-deportiva de un campeón de motonáutica. Y además, permitía transmutar el infortunio personal en un hito necesario hacia una autorrealización futura. Saber encontrar oro entre las piedras es un rasgo de la personalidad resiliente. No es poca virtud.
El amigo querible, el yerno ideal A quien escribe, varias veces le preguntaron: ¿Pero, al final, cuál es la clave del “misterio Scioli”? La respuesta era invariablemente simple: “La gente lo quiere”. En sus años de apogeo, la “queribilidad” del ex Gobernador fue reiteradamente comprobada en indagaciones de focus groups. Allí “Daniel” era percibido como “un amigo querible”, “un típico argentino que hace y le gustan las mismas cosas que a todos” o “el yerno que toda madre quisiera tener.”
El eterno presidenciable
Aquellos atributos fueron suficientes para convertir a Daniel Scioli, primero en Vicepresidente y, luego, en eterno presidenciable y sucesor natural de la dinastía K.
El amigo de la farándula
El vínculo de amistad con la colonia artística fue otra faceta contribuyente a la buena imagen del ex Gobernador. Así como el kirchnerismo puro se relacionó con artistas de perfil “comprometido” o “progresista”, Daniel Scioli eligió otros igualmente populares pero con un perfil pasatista y familiero. Es decir, más emparentados con lo que usualmente se denomina “farándula”.
Pimpinela, Ricardo Montaner y Julio Iglesias representaron sus figuras paradigmáticas. Los shows al aire libre en la feliz Mar del Plata, su ícono. Como al inicio de su carrera política, Scioli y la farándula siguieron conectados.
“El heredero no reconocido”
Pero aunque el electorado le sonreía, en el plano interno esa misma fama se transformó en problema. La lógica era simple: los poderosos en ejercicio solo piensan en su eternidad, nunca en sus sucesores. Ciertamente, Néstor y Cristina necesitaban de Scioli tanto como lo detestaban.
El estoicismo de un “hombre de amianto a quién no le entran las balas”.Curiosamente, “resiliencia” es un término que deriva de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse. Mientras Cristina no escatimaba ocasión para amonestar, defenestrar y humillar públicamente a Scioli; el Gobernador invariablemente se encargaba de sentenciar que entre ellos existía plena armonía.
De aquellas rencillas tan evidentes como negadas comenzó a surgir la idea de que Scioli “era de amianto” o que “estaba blindado”, porque aunque le dispensaran los peores epítetos siempre se mostraba imperturbable e invulnerable. Por extensión, esa adscripción se siguió aplicando para referir que cualquier vicisitud negativa que normalmente hubiera afectado a un político normal, para el caso de Scioli no tenía efecto. Es que “A Scioli no le entran las balas”, se decía.
Y lo más singular: Scioli no solo resistía los furiosos embates de Cristina, sino que éstos parecían fortalecerlo. Ya lo decía Niestche: “lo que no mata, fortalece”
El Rey Midas de la política
Si el traje de amianto lo preservaba del mal político; su bonhomía, su espíritu constructivo y conciliador, su sonrisa afable y sus votos lo convertían en una suerte de “Rey Midas de la política”. Si aquel personaje mítico tenía la facultad de convertir todo en oro, al ex motonauta le asistía el don de convertir todo en votos! Eso explica la irresistible tentación por sacarse una foto junto a él a la que, en sus días de gloria, sucumbían los políticos.
Lealtad o sumisión
Pero tanto estoicismo tuvo su límite. Porque, se preguntaban muchos: “¿Es Scioli la mismísima encarnación de Gandhi, o es sencillamente un cobarde que no se anima a enfrentar a Cristina?” Lo que abría interrogantes como: “¿Scioli va a romper o no con Cristina?, ¿No rompe porque no quiere o porque no puede?; o racionalizaciones del tipo: “Scioli piensa romper pero aún no lo hace porque está esperando el momento más favorable”
Mientras que el sentimiento de la ciudadanía anti K prohijaba marchas contra “Cristina eterna”, esas especulaciones parecieron trastocarse en resignación y enojo: “¡Pero al final, no va a romper nunca!”. Hecho que se vio corroborado en las elecciones de 2013, cuando, luego de una seguidilla de rumores de inminente ruptura, finalmente Cristina y Scioli se pusieron al frente de la campaña de Martín Insaurralde en contra de un ascendente Sergio Massa. “Felpudo” fue entonces el epíteto más benigno que condensaba aquellos sentimientos.
El personaje y la máscara
Un saber de la psicología destaca que el sujeto humano suele recurrir a una máscara para afianzar una personalidad. Al respecto, en la Wikipedia puede leerse: «Personalidad» proviene del término «persona», denominación que se utilizaba en el latín clásico para la máscara que portaban los actores de teatro en la antigüedad. (…) se hablaba de «personas» para referirse a los roles, es decir a «como quién» o «representando a quién» actuaba un actor teatral tras su máscara.
En tal sentido, cada personalidad resulta una amalgama indisoluble entre ser y representación. Por eso la dimensión de la simulación humana, aunque tenga mala prensa, resulta casi inevitable. Sin embargo, hay una cuestión de límites: no es lo mismo asumir un rol que hacer de la vida un simulacro. Además, uno de los grandes riesgos de forjar un personaje es terminar confundiéndose con la propia máscara.
El candidato que no era y el presidente que no fue
El proyecto de Scioli presidente quizás comenzó antes que la misma candidatura de Cristina. Pero era prematuro: había que esperar el turno con estoicismo. Mientras, solo quedaba fingir un alineamiento leal, tal como reza el manual político.
Pero, después de la reelección de la ex Presidente en 2011, la dimensión del simulacro en el vínculo entre Cristina y Scioli llegó a límites paroxísticos. Porque resultaba un secreto a voces que ambos portaban proyectos antagónicos e incompatibles: ¡Scioli quería ser presidente y Cristina aspiraba a ser eterna! De modo que las diferencias no eran tanto políticas como personales: ambos querían lo que ambicionaba el otro. Por eso se detestaban. Tanto como se necesitaban. Es decir: matrimonio por conveniencia, “unido más por espanto que por amor” (Borges dixit) Por eso cuando, finalmente, Cristina se convenció de que debía ceder el turno (aunque quizás ni siquiera aún haya renunciado a su sueño de eternidad) y Scioli entendió entonces que su hora había llegado; lo que apareció fue más una “habilitación condicionada” que la “bendición deseada”. Con el aditamento de que Cristina pareció dejarlo librado a su propia suerte (al estilo de “ahora andá y arreglate solo”)
Pero acaso a Scioli no le importaba: si había aguantado hasta allí, solo restaba actuar la escena final para coronar la gloria. Entonces hizo lo que su personaje imponía que debía hacer. Es decir: montó la escena de la campaña con fe, optimismo y esperanza; simuló una armonía inexistente con “los compañeros” Zannini y Aníbal; y fundamentalmente, apareció sin Cristina, ¡pero con Karina! Un matrimonio feliz y armonioso, la novia de la juventud; con amor y con compañerismo, hasta ingresar al Olimpo de la Casa Rosada.
Jaqueado por las zancadillas de La Cámpora, el salvavidas de plomo de Aníbal, el eterno ninguneo de Cristina y una inundación inesperada, el otrora motonauta supo surfear entre la fidelidad al kirchnersimo y su real vocación de diferenciarse conforme demandaba el segmento ciudadano que lo percibía como “el candidato del cambio dentro de la continuidad”. Pero fue insuficiente. Entonces, en una tardía pretensión de asertividad anterior al ballotage, Daniel prometió ser “Más Scioli que nunca”. Lamentablemente para su suerte, ya era tarde.
La realidad mata al relato
Daniel Scioli no fue Presidente. Pero un deportista que conoce de épica sabe que puede haber revancha. Y, como buen resiliente, quizás Scioli se aprestaba ahora a recuperar a Daniel. Tenía ganas y tenía argumentos. Al fin y al cabo, en aquel recordado y fallido debate, él había anticipado el ajuste que Mauricio Macri negaba y que —finalmente— el último terminó haciendo. Sin embargo, algo salió mal. Y de la peor manera.
Sexo, mentiras y WhatsApp – Medios, desmentidas y densidades lapidarias “El principio del fin” fue una historia mediática en tres actos, con final abierto: 1) Infidelidad, 2) Asunción mediática y feliz de una paternidad en camino, 3) Desmentidas y acusaciones lapidarias (infidelidad, mentiras, instigación al aborto, violencia de género, insensibilidad, oportunismo al utilizar temas personales y familiares con fines político-electorales, etc.)
Tentación megalómana y “relato fallido”
Para el imaginario popular, los poderosos elucubran estrategias brillantes fríamente calculadas y “coacheadas” por asesores. El éxito momentáneo alimenta esa creencia. Pero cuando sobreviene el fracaso suele descubrirse que, en lugar de estrategias brillantes, solo había actos caprichosos producto de fantasías megalómanas y/o avaladas por asesores chapuceros. Es sabido que el pecado original del narcisismo megalómano es no tener en cuenta que los otros existen y, por ende, desconocer y subestimar sus pensamientos y sus sentimientos.
“Voy/vas al programa de Rial, anuncio/ás mi/tu feliz paternidad y listo: ¡será un golazo! Pero algo no anduvo: ¡No contaron con Gisele! Ese no es error de estrategia, sino de principiantes. O si se quiere: actos fallidos de megalómanos (incluidos coachs).
La realidad supera a la ficción
Suele decirse que (a veces) la realidad supera a la ficción. Una de las posibles falacias del estratega, es pergeñar estrategias que se vuelven en contra. Una de las grandes ironías del destino es que a veces los personajes terminan encerrados en las mismas telarañas que otrora construyeron, ya fuera para liberarse de algo, o para forjar un destino diametralmente opuesto al que se termina encontrando.
En sus momentos de gloria, Daniel Scioli era el candidato querible que a muchas madres les gustaría tener como yerno. Era la antítesis de CFK: si Cristina era la mala, Daniel era el bueno. Por eso le gente le perdonaba lo que a otros no. Por eso, y acaso debido a un mecanismo atávico de identificación con el bien, cuando Cristina más atacaba a Scioli, la gente más lo quería.
Que Daniel Scioli hubiera impulsado la “Ley de Fertilización Asistida gratuita” fue, (además de un importante logro de su gobierno) una medida compatible con la imagen a favor de la vida que profesaba. Al igual que su declaración “Soy, en lo personal, anti aborto”. Suele decirse que las historias se resignifican por sus finales. Acaso ese sentencia encierre alguna verdad.
Porque el denominado “escándalo de Daniel Scioli” de los últimos días fue algo mucho más vasto que un episodio mediático convencional. Fue acaso la desmentida brutal de un largo relato de imposturas.
El sino de la farándula en el destino de Daniel Scioli
Como se señaló, algunas historias personales terminan teñidas de paradoja. Quizás la vida política de Daniel Scioli no escapa a ese sino: Nació con la farándula, se alimentó de ella y terminó siendo devorado por la misma.
El Rey desnudo y la parábola del poder
La historia de “El rey desnudo” es una de las tantas alegorías sobre la naturaleza del poder y sobre la fascinación que ejerce. En última instancia todo poder descansa sobre un acto de atribución colectiva. Pero cuando los velos caen y los poderosos entran en desgracia, no puede dejar de verse lo que era evidente: el rey está desnudo. Y lo que parecían fastuosos trajes no son más que viejos harapos. Entonces los “Midas del voto”, se convierten en los nuevos “piantavotos” (comienza a circular el rumor de que hasta la esposas de los candidatos se niegan a que sus maridos visiten “La Ñata”).
El futuro político de Daniel Scioli: ¿Game over o próximo capítulo?
Por estas horas corre el rumor de una inminente puesta escena, pero esta vez con final feliz. Los “escépticos crédulos” se regodean sentenciando que eso podría ocurrir porque, finalmente, “billetera compra relato”. Abonados a teorías conspirativas, creen en la vigencia del axioma goebbeliano “Miente, miente que algo quedará”, e imaginan con resignación una puesta en escena feliz capaz de coronar con similar final toda esta cascada de desatinos. Al fin y al cabo, razonan, ya lo anticipó Discépolo: “herida por un sable sin remache, ves llorar la Biblia junto a un calefón”
Otros escépticos, quizás más realistas, entienden que el asunto no tiene retorno y, por ende, suponen que —al margen de lo que haga en lo inmediato— tarde o temprano Daniel Scioli deberá llamarse a un largo silencio público.
Por su parte, los cultores cínicos de la máxima grondonista “todo pasa”, avizoran que en pocos días la gente se habrá ya olvidado y entonces “aquí no ha pasado nada”. Más allá de las conjeturas, quizás solo el tiempo y la realidad dirimirán cuál será el destino político de Daniel Scioli.
El candidato que no era. El Presidente que no fue. O, voltereta del destino, el yerno que ahora ninguna madre quisiera tener.